Le coloqué una soga a mis letras y las aventé en el acantilado

Alcancé a ver que no morían, que gritaban para ser rescatadas se fueron quedando poco a poco sin fuerza, era el momento exacto para darme la vuelta y regresar a casa no podían estar ellas ahí en mis adentros existiendo y quitándome fuerza, ya no serían armas suicidas en mis manos y en mis momentos de inquietud o en mis momentos de alegría, era la única forma de alejarme de ellas, en esos últimos minutos las veía morir (fue un momento difícil pero necesario) quería probar una realidad como la de cualquier otra persona, que no tuviera historias emigrando en su cabeza, personajes influyendo en una realidad ficticia o tener en la cocina un poema para el almuerzo, dormir con un monólogo en mi almohada, dar por sentado alguna cuestión política a la hora de la comida y volar con mis orgasmos literarios que me provocan ciertos autores; fue una imagen confusa ver que ya no estaría mas todo aquello que me hacía volar, me perdería de infusiones literarias en las mañanas y de latidos ensordecedores por la noche, era vivir o tratar de vivir en el intento, yo elegí vivir sin ellas vivir como lo hacen otras personas (las que tienen una familia “felíz” un desayuno caliente, una película los domingos, vacaciones, navidades con promesas todo lleno voluntad y deseo) llegue a casa con un luto eminente en la cara pero como buena mujer supe ocultar las razones y diría que durante el primer año las justificaciones fueron demasiado buenas, la carita de queda bien me quedaba chica y las ampollas de la mentira ya me dolían, los recuerdos del acantilado eran sangrantes y seguían traicionando la razón, la acumulación de historias ya buscaban otra memoria (la mía era incapaz de almacenar todo lo vivido ese año) entrando el año siguiente empecé a escribir mucho (sin que alguien lo supiera) y regrese a la rutina de los mensajes epistolares, a atascarme de literatura en verso libre (que tanto me gusta de algunos colegas) a sentirme tufo de filósofa en las noches (cuando no estabas) a tejer historias pero las redactaba en papelitos que fui guardando en cajones ocultos entre la ropa (hasta el día de hoy sigo encontrando fragmentos en algunos lugares de mi casa) ya no hubo más computadora porque esa la vendiste,lloré cuando supe que te la llevaste con mis cientos de poemas adentro que al igual que otra información todo se perdió, me bebí a sorbos cada momento que la luna me daba en la madrugada como un antídoto para el veneno de mis días (el veneno que se fabrica entre dos personas que ya no tienen nada que decirse) era el hedor de la incomprensión (sobre temas que no sabíamos que existían) era reírme del momento exacto en el que las personas le apostaban a mi inteligencia de los temas que emergían entorno a mi persona me reí de mi misma( y mucho) en ese momento te vi, tu tan bonito, tan bien vestido con toda tu originalidad de la que tanto hablabas (te sentí tan ajeno ) lo que hice fue ponerte frente a mí te atravesé el pecho con mi mano y te arranqué el corazón para hacerlo latir fue hasta ese momento que deseaba con todas mis fuerzas que suplicaras arrepentido indulgencias por haber perdido mis poemas, después de que pidieras ese tan anhelado perdón abrí las puertas anchas de mi vida para decirte: l a r g a t e

Después regresé para acostarme en mi cama a reírme de la vida que yo escogí vivir
Recordé el momento cuando coloqué la soga y me di cuenta que ya había muerto con mis letras.
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